En un entorno empresarial marcado por la volatilidad y la incertidumbre, el CFO desempeña un papel crucial en la gestión integral de los riesgos, donde su labor consiste en mitigar los mismos, sin descuidar, e incluso impulsando, el crecimiento de la organización.
No deja de ser un ejemplo más de la reconversión de su rol hacia el desarrollo de funciones cada vez más estratégicas, para lo cual resulta crítico por su parte, encontrar el nivel de “equilibrio” que mejor se adapte a las necesidades y posibilidades de la compañía, garantizando siempre la estabilidad y las oportunidades de crecimiento.
Nos referimos a un equilibrio dinámico que, debido al constante cambio de variables, exige una “recalibración” continua en el tiempo, lo que requiere visión, planificación y una gestión eficiente de los recursos, tarea a realizar por parte del propio CFO.
Dispone de una gran “ventaja”, que no es más que la proximidad y el conocimiento que posee del negocio, lo que le permite identificar las sinergias entre las diferentes áreas, con el objetivo de alinear los objetivos (más allá de los financieros) con la estrategia global de la compañía.
Si bien la gestión de los riesgos financieros ha sido históricamente una función sobre la que ha ejercido un liderazgo natural, el alcance de su gestión se ha expandido, incorporando a todo aquel riesgo, que pueda tener un impacto significativo en la compañía.
Esta nueva realidad conlleva un cambio en la imagen del CFO: partiendo de una figura tradicionalmente percibida como quien suele decir “no” al desarrollo de nuevos proyectos por el “gasto” que esto suele significar, a otra en la que debe de convertirse en “facilitador”, privilegiando la búsqueda constante de cómo permitir hacer viables, las iniciativas de crecimiento que se presenten.
Por lo tanto, podemos decir que el principal desafío consiste en encontrar el punto óptimo entre una gestión prudente y razonable de los riesgos y una ambición necesaria que impulse el desarrollo empresarial.
Tanto es así, que si la balanza se inclina excesivamente hacia la “zona de seguridad”, la empresa puede perder oportunidades importantes de nuevos negocios. Lo mismo ocurre si se decanta demasiado hacia el riesgo, en cuyo caso puede comprometer su estabilidad y continuidad.
Por consiguiente, es tarea del CFO equilibrar la rentabilidad con la permanencia de la organización en el largo plazo, permitiendo aprovechar las oportunidades que se presenten, evitando siempre niveles de riesgo que puedan impactar en la continuidad de la empresa.
Impulsar el crecimiento sin comprometer la permanencia requiere adoptar decisiones estratégicas basadas en el análisis de datos y la evaluación de riesgos, siempre alineadas con los objetivos a largo plazo.
Es por esto que se enfrenta a la necesidad de incorporar nuevas competencias que trascienden el ámbito financiero tradicional, como lo es el pensamiento estratégico, y así poder liderar, junto al CEO, el crecimiento de la organización.
A la vez, un aspecto clave es la gestión de equipos multidisciplinares de las diferentes áreas de la organización, con el objetivo de implementar aquellas iniciativas que equilibren el riesgo asumido con un crecimiento sostenible.
Otro punto importante es el de alinear los factores ESG (Environmental, Social and Governance), no solo desde una perspectiva financiera, sino también de negocio. El objetivo es ejercer un liderazgo que impulse la transición hacia una organización más sostenible, reduciendo su impacto ambiental.
En definitiva, podemos decir que el CFO se ha convertido en el arquitecto encargado de equilibrar la prudencia en la gestión de riesgos, con la ambición necesaria para impulsar el crecimiento.
Su capacidad a la hora de “navegar” este delicado y cambiante equilibrio, es lo que determinará, el éxito y la sostenibilidad de la organización en el largo plazo, por lo que contar con esta habilidad, pasa a ser un componente crítico para el desarrollo de sus funciones.